25.11.11


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20.11.11

No me puedo beber tu recuerdo. El vodka no borró tu nombre; el Advil no quita estos dolores. La alfombra olorosa a noche y tabaco sostiene la resaca que me martilla la conciencia. La cagué; ya lo sé que la he cagado. Siento el corazón podrido por desuso, bombeando exangüe pasajes coagulados de todas las decisiones erradas que tomé contigo. La primera de todas: entrar en tu mundo como el perro que soy a rascarme la sarna contra ti creyendo que tu cuidado estaba ahí para aliviar mi malestar desesperante.
Si pudiera ahora bajo el don de la ebriedad volver a vivir mi historia contigo, si tuviera otra oportunidad, entendería que no, que eres divina como la luna halógena, y te adoraría con la sangre que me queda.

19.11.11


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17.11.11

Era ese día de invierno en que escribí poesía con mi lengua sobre la tuya, en que creí que eras la mismísima Afrodita nacida de la espuma marina para mí, en que tuviste frío y te apoyaste en mi hombro y yo me puse contento, en que te cogí la mano y te llevé a mi casa y te metí en mi cama y te lavé como los gatos todo el cuerpo y me dijiste el secreto ese flojito y yo no te entendí nada, en que nos reímos y bebimos sólo café y cantamos un Caetano destemplado, en que te acurrucaste en mi pecho y yo sentí que eras Eva y que pertenecías entre mis costillas, en que se me escapó una lágrima de verte dormida, en que me desvelé con la taquicardia, en que te quise tanto-tanto que habría podido morirme y decidí que dejaría que me mataras, que me mataras, que me mataras de amor o de desamor, pero para siempre.

16.11.11

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12.11.11

Te reíste y miraste hacia un lado, coqueta, apoyando sobre el dorso de la mano tu barbilla. Tus pestañas le hacían sombra a tus ojos en un ángulo matemáticamente estudiado para hacerte hermosa. Tu nariz se veía espléndida.
Sin pensarlo levanté mi mano y te toqué la mejilla. Me miraste sorprendida y petrificada primero, y luego lentamente te apoyaste dócil sobre mi palma y me sonreíste amplia y generosa. Te escribí en una servilleta arrugada mi teléfono privado junto a una línea breve alabando la belleza de la luz de la tarde cayendo sobre tu rostro sonriente en mi mano.
Al volver al trabajo era un héroe vencedor y pletórico. Me lamí la mermelada de mora que me dejaste en el borde de la boca.

7.11.11


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5.11.11

¡Era ella! La vio a la distancia con su cabello suelto entre la multitud; casi podía oler el shampoo de manzanilla y romero en el aire. Juraría que era ella, caminando con paso decidido hacia el metro.
Se abrió paso entre la gente con prisa para encontrarla, tocarle el hombro y sonreírle agitado por la carrera. Se perdió entre abrigos, barrigas y espaldas sudorosas.¿Donde estaba? Dos vueltas más y no la halló. Despareció del metro, de la calle, de la acera. La buscó de nuevo con mirada aguda de predador. Ella no estaba. Como estrella fugaz se había esfumado sin rastro aparente dejándole sólo una respiración prominente, la sensación de haberse aferrado a su estela inutilmente, y la duda: ¿Era ella?

3.11.11

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